Han pasado setenta años desde que un grupo Estados, acompañados de juristas e intelectuales de todos los rincones del orbe, adoptaron la Declaración Universal de Derechos Humanos, enumerando un catálogo de derecho inherentes a todos los seres humanos. Desde entonces, los avances de la humanidad en la materia han sido impresionantes, incluyendo el reconocimiento de la interdependencia y universalidad de los derechos humanos, y la consolidación de la persona humana como sujeto de derechos y deberes en el plano internacional.
Este fue el sueño del humanista e internacionalista panameño Ricardo J. Alfaro, quien jugó un rol fundamental en el establecimiento del sistema internacional de la posguerra. Para el Doctor Alfaro, estábamos frente al surgimiento de un “nuevo orden jurídico internacional” fundamentado en la Carta de las Naciones Unidas y en el derecho internacional, amparado por el fuero fundamental de género humano, la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Actualmente, este sistema, tomando prestadas las palabras de Jens Ohlin, está siendo objeto de un “asalto” o “ataque”. En los últimos meses hemos podido observar como una retórica incendiaria, tanto a nivel nacional como internacional, rechaza a los organismos multilaterales como “globalistas”, acusándolos de atentar contra la soberanía de los Estados. Irónicamente, estos críticos le otorgan a instituciones como las Naciones Unidas (ONU) facultades que nunca ha tenido. La ONU no es un gobierno mundial, simplemente manifiesta la libre voluntad de sus 193 Estados miembros.
Sin embargo, hay ciertas normas como los derechos humanos que transcienden a los Estados, pues pertenecen a toda la humanidad. Esta concepción universal de derechos, promovida por el Doctor Alfaro, es rechazada por algunos al considerar que atenta contra la soberanía de los Estados. Esta disconformidad se ha visto particularmente manifestada en ataques a los derechos de minorías o grupos en situaciones de vulnerabilidad.
Lo anterior, implica el resurgimiento de las ideas del jurista preferido del partido nacional socialista alemán, Carl Schmitt. En particular, Schmitt concebía la soberanía popular, tal como nos explica Jutta Bruneé, como aquella inherente a los pueblos homogéneos cuyo poder se encuentra fuera del ámbito jurídico y no puede ser constreñido por la ley. Esta unidad política de los pueblos, que Schmitt veía como necesaria, se derivó de su concepción de la política como una lucha entre “amigos” y “enemigos”. Schmitt criticaba el liberalismo debido a que dicha corriente abogaba por una visión pluralista de la sociedad en donde no existían “enemigos”. Igualmente, en el plano internacional, Schmitt rechazaba cualquier noción de orden jurídico internacional y el humanitarismo al considerarlos como excusas de los Estados poderosos para imponer sus intereses hegemónicos.
Las nociones políticas de Schmitt han permeado en ciertos sectores del acontecer nacional, contribuyendo a una polarización incipiente. Estos grupos han reducido los debates a cuestiones meramente formalistas, tales como si una opinión consultiva o un pacto son vinculantes o no, obviando su fondo medular, el trasfondo jurídico y las normas de orden público internacional. En algunos casos, estas posturas representan un ataque directo a las grandes conquistas de la humanidad y a normas fundamentales e imperativas como la prohibición de la discriminación racial.
Irónicamente, setenta años después de la adopción de un instrumento jurídico como la Declaración Universal de Derechos Humanos, cuya autoría se le atribuye, en gran parte, al Doctor Alfaro, las ideas universalistas e idealistas que este internacionalista panameño promovió son abiertamente desafiadas. Este desafío implica la promoción de un falso nacionalismo o patriotismo, que en realidad revive las ideas de Schmitt de soberanía popular y rechazo al orden jurídico internacional. Aparentemente, estamos ante un desafío directo y total al orden preestablecido, que no se había visto desde antes de la Segunda Guerra Mundial. Es conocido por todos, las consecuencias que generó esto y que la humanidad tomó medidas específicas para librar a nuestras futuras generaciones de eventos similares. Las líneas de defensa que se establecieron para tal fin fueron las Naciones Unidas, el derecho internacional y los derechos humanos. En vista de la coyuntura actual y ante la creciente desinformación de algunos sectores, lo mínimo que corresponde es llamar las cosas por su nombre: ¡increíblemente, nos estamos confrontando entre las ideas del Doctor Alfaro y las de Carl Schmitt!